2008-09-09

De mi terquedad

Lunes por la mañana, casi de madrugada. El reloj marca las siete menos diez y estoy varado en un túnel vehicular; llevo más de cinco minutos queriéndome mover mas cualquier intento es en vano e inservible. Sé, muy en el fondo de mi alma y mi lado izquierdo del cerebro, que no voy a llegar a la primera clase; de hecho, creo que voy a llegar siete más treinta a mi entrañable escuela si bien me va. No me quiebro la cabeza buscando un valor óptimo de llegada ni pierdo el tiempo calculando un valor pesimista para desalentarme. En lugar de eso, prefiero rebobinar la cinta y analizar el día anterior en cámara lenta: ese domingo siete de septiembre que nunca podré borrar de mi memoria. No, no fue muy bueno ni extraordinario, sino todo lo contrario: fue la peor salida que he tenido con una chava desde hace mucho tiempo. Su calificación de la salida?? 8.5, creo que se apiadó de mi. Mi calificación de la salida?? 4.6, sin derecho a extraordinario por acumulación de faltas y errores.
Tenía todo servido en bandeja de plata: foránea, 18 años, nueva en la ciudad, linda, alucina, divaga y estudia comunicación. Yo, siendo yo mismo cuando estoy de buen humor: alegre, bromista, sarcástico y ogete. La excusa no podría ser más perfecta: las fotografías de Chapultepec. Íbamos a observar la nueva exposición cuya temática es el diseño. Después de ver dichas obras platicaríamos en un restaurante de la zona y listo, una noche agradable con una excelente compañía y una conversación inmejorable.
Pero el destino me jugó una broma de muy mal gusto y, de la tarde soleada y sin nubes, apareció una noche lluviosa. Apartir de ahí todo fue en caída libre sin resistencia del aire. Tuve oportunidad de abortar la misión y posponerlo para otro día, pero como siempre, mi orgullo pudo más que mi conciencia. Y que bien lo supe esa noche. Todo mi humor cambió, de mi no salían palabras, no se me ocurría que balbucear.
Cuando empecé mi travesía pedía al viento del oeste que dispersara aquellos nubarrones cargados de agua que amenazaban con invadir la ciudad por horas, mínimo por minutos, y así continué mi camino, con la idea de que Tlaloc postergaría su aparición dominical. Pero los antiguos dioses nunca han correspondido mis plegarias, y esta no fue la excepción. A trescientos segundos de llegar al punto sin retorno, estuve tentado a realizar la llamada por el teléfono rojo, aquel teléfono que sólo se utilizar para autorizar o cancelar ataques nucleares.
A veces un hombre tiene que dejar a un lado su terquedad y aceptar que ha perdido la batalla, lástima que ese día mi terquedad estaba en sus niveles más altos y esta vez fue quien ganó la batalla. Maldita terquedad hereditaria, como te odio!!! A veces quisiera sacarte de mí con una cuchara de madera, cortarte con palitos de paleta para que sufras cual emo cualquiera y después apedrearte con bombones hasta que mueras aplastada.

5 comentarios:

Jos Velasco dijo...

Eso de las citas es todo un show, predisponerte no sirve mucho... Me gustaría una guerra de bombones. Jaja...

Irving Macias dijo...

Ahhhh pero claaaro... cuando buskes guerra, guerra tendras... tu solo pon la fecha y la hora... yo pongo el lugar... jajajaja

JmcM dijo...

Yo por eso no salgo... mejor me resguardo en mi casa... y espero que todo fluya...

Alejandro Vargas dijo...

Vaya, espero que la próxima sea mejor. La lluvia es agradable (claro, si te gusta).

LiLiana =) dijo...

damn!! jajaja todo bien compa;ero la lluvia no evito n buen paseo y un buen clamato con apio:) ya ves asta cajititi no c k ....